Lunes, 10 Diciembre 2018 00:05

Oír vs Escuchar. Una falsa contraposición tradicional

...ojo precioso regalo del cerebro...”

Vicente Huidobro, Altazor o el viaje en paracaídas, Canto IV, v. 31.

 

     Al principio todo parece simple...

     La Real Academia de la Lengua Española nos dice en su Diccionario de la lengua española (DLE)1: “Oír: 1. tr. Percibir con el oído los sonidos”. O sea que el sujeto permanece pasivo y los órganos adecuados registran los fenómenos sonoros sin que intervenga una voluntad o una intención. Una vuelta a los orígenes parece confirmar esta definición meridiana ya que el étimo latino de donde procede oír es audīre, verbo que remite a las claras al sentido de la audición. La raíz es la misma que la del verbo francés paralelo ouïr. Cabe advertir sin embargo una evolución sorpresiva: ouïr, caído en desuso, ha sido sustituido en francés por entendre que procede del latín intendĕre, verbo que no sugería la pasividad sino todo lo contrario puesto que significaba “tender hacia”. Nótese que en español el verbo entender, de misma raíz, denota una actividad intelectual ya desarrollada2. Curiosa sustitución que llama la atención. Pero, como sabemos, el español no ha realizado este truco de magia desconcertante.

     Por otra parte, el DLE declara: “Escuchar: 1. tr. Prestar atención a lo que se oye”. El sujeto ahora activo, descifra e interpreta las reacciones de sus órganos auditivos. Surge aquí la búsqueda del significación. El étimo a[u]scultāre refrenda el origen común con el verbo francés paralelo écouter.

     La navaja de Ockam que se nos propone separa clara y maravillosamente oír y escuchar. La segunda definición del DLE presenta la ventaja de oponer los dos verbos en una misma frase. Una condición previa: “lo que se oye” que, de quedar realizada, abre paso a una posibilidad posterior. Se establece una relación lógica, cuando no cronológica. Hay un antes y un después irreductibles de la misma manera que las aguas no pueden tener desembocadura si falta el manantial. Se precisa primero oír –no ser sordo– para luego poder escuchar –interpretar los sonidos percibidos–. La sistemática cartesiana y el sentido común coinciden. La oposición oír/escuchar parece tan incuestionable como la paralela entendre/écouter en francés.

 

     Cuando escuchar significa “percibir con el oído”

     Pero, si es así, ¿cómo explicar esta exclamación gritada en un celular: “No sé quien sos, no escucho nada. ¡Mejor llamame más tarde porque estoy en el ómnibus!”3? La situación es común y corriente: los ruidos del tráfico y de las conversaciones juntos con la transmisión telefónica defectuosa hacen que la llamada resulte inaudible. Por tanto nos encontramos en el terreno de la recepción pasiva, muy perturbada dadas las circunstancias. Lo que infringe sin duda alguna la norma teórica que exigiría oír en este caso.

     Habrá quién objete que el contexto y el personaje son paraguayos y que el español en uso es muy particular. Ello no explica para nada el empleo del verbo escuchar con este significado, pero podría llevar a considerar que se trata de un “regionalismo”, una excepción local, pretexto oportuno para barrer el problema debajo de la alfombra.

     Veamos entonces lo que escribe un periódico mexicano que censura las obras públicas del momento: “Desde arriba del Bellavista se ve que han destruido el kiosco. Le quitarán la acústica para que no se escuche la Banda del Estado...”4. El periodista se hace acusador: los hay que sabotean los conciertos de la banda oficial e impiden que los sonidos alcancen los oídos de los ciudadanos al desmantelar el pabellón del quiosco que los amplificaba y reverberaba. Aflora la denuncia de una malevolencia con fondo de rivalidades e incompetencias. Lo cierto es que la música resultará inaudible. Otra vez, la norma académica requeriría el empleo de oír en vez de escuchar.

     Podríamos multiplicar los ejemplos argentinos, colombianos, chilenos… Parece que toda Hispanoamérica ha corrido la voz. Pero, ¿está al menos a salvo de la epidemia la Península? Pues no. El investigador policial cavila: “[Las calles] estaban lo suficientemente retiradas como para que no se oyera roncar a los vecinos, pero quizá no tanto como para no escuchar un tiro en la mitad de la noche. En todo caso, no lo bastante como para no oír dos tiros. De acuerdo con las investigaciones, nadie había oído nada”5. La alternancia de oír y escuchar es llamativa, tanto más cuanto que el contexto es perfectamente idéntico: “no escuchar un tiro” / “no oír dos tiros”. Despertado sobresaltado por los disparos, el vecino no está en situación activa ni en un caso ni en el otro.

 

     Y cuando oír significa “prestar atención a lo que se oye”

     Si escuchar parece invadir el terreno de la audición pasiva ¿qué pasa con oír? He aquí algunas frases que harán reflexionar:
     - República Dominicana. “La luz se fue cuando oíamos el programa de DJ Nelson…”6.
     - Argentina.“No ha querido oír la radio en todo el día”7.
     - España.“Siéntese, siéntese si quiere oír la radio”8.

     Tres casos en los que se trata de prestar atención de forma activa –valga la redundancia– en contradicción con la norma oficial. Las incidencias abundan aquí también en toda el área de habla española.

 

     Algunas constataciones y una conclusión

     Lo primero es que se confirma que cualquier diccionario de definiciones es un reto, desmedido si éstas pretenden ser rigurosamente normativas. Lo que expresamos y entendemos es mucho más complejo que todos los intentos para asir la significación y sujetarla con firmeza.

     Lo no consciente que se halla condensado en la lengua no se deja fácilmente reducir a una exposición racional y metódica. Y cuanto más simple y corriente es el vocablo, tanto más ardua sera la tentativa para diseccionarlo. Una página completa no bastará nunca para tratar de determinar el contenido exacto de a o de que. El concepto, tan sencillo y evidente en la conversación cotidiana, se multiplica, prolifera en una infinidad de acepciones que no parecen tener relación entre sí y se nos escapa de las manos. Esta constatación no merma el carácter imprescindible de los diccionarios, especialmente del DLE, pero nos recuerda sus limitaciones. Y es que al extraer una palabra para definirla ésta sufre un triple desarraigo. Queda desconectada de la lengua como sistema profundo, del discurso como producción contingente y del contexto siempre particular.

     Testigo de esta dificultad es el Diccionario panhispánico de dudas (DPD) publicado con el sello de la Real Academia. La obra constata que la práctica no coincide con la norma y duda si acepta o si rechaza. En el artículo dedicado a escuchar, avala un uso amplio de oír, presentado como genérico, en lugar de escuchar, definido como específico. Para agregar a continuación:
      "Menos justificable es el empleo de escuchar en lugar de oír, para referirse simplemente a la acción de percibir un sonido a través del oído, sin que exista intencionalidad previa por parte del sujeto; pero es uso que también existe desde época clásica y sigue vigente hoy, en autores de prestigio, especialmente americanos, por lo que no cabe su censura..."
      Siguen dos ejemplos –uno de ellos de Cervantes– de este empleo que no es “justificable” y sin embargo no merece “censura”. La navaja de Ockam está tan embotada que todo lo prohibido parece permitido. Quien haya acudido al Diccionario Panhispánico de Dudas para despejar las suyas las verá acrecentadas9.

     Ahora bien, la dificultad para comprender y explicar los empleos de oír y escuchar depende de una presuposición implícita que cabe poner de relieve y cuestionar: el hombre es considerado en primer lugar como una máquina que registra todo lo que está al alcance de sus sentido, y en una segunda fase, como un individuo pensante que selecciona e interpreta. El oído primero, luego el cerebro10. Esta lógica por imparable que parezca no refleja la realidad y la lengua española resiste y no se somete al dictado normativo. Y es que casi siempre sólo se oye lo que se escucha. Se eliminan de entrada todos los sonidos que no interesan sin que medie la voluntad. Podré referir lo esencial de una conversación importante con un amigo en un café, pero no es nada probable que pueda decir cuáles eran el hilo musical, los pedidos a voz en cuello de los camareros y los múltiples ruidos del ambiente. La atención prestada de modo voluntario a un elemento elimina el resto del entorno sin que intervenga la voluntad consciente –valga otra vez la redundancia–. El cerebro dirige el oído.

     Si volvemos ahora sobre los ejemplos anteriores a la luz de estas consideraciones, queda claro que el español da cuenta de esta perspectiva dinámica en la que la mente está presente desde el primer momento. Por ejemplo a menudo se empleará el verbo oír cuando se trata de escuchar un programa de radio que se desarrolla por sí mismo. La intención y la voluntad se manifestaron antes, cuando se pulsaron las debidas teclas para realizar la selección deseada. En sentido inverso, se usará escuchar, especialmente en oraciones negativas, para indicar que no se discernió el interés de ciertos sonidos o palabras. Este último ejemplo colombiano ilustra perfectamente los empleos de oír y escuchar tales como los hemos definido: “–Golpeé en la puerta pero no escuchaste. –Estaba oyendo música”11. Al recurrir a escuchar, la lengua manifiesta que la persona ya estaba atenta a algo y por tanto le era imposible interesarse por otra cosa al mismo tiempo. Ya que había decidido escuchar música en la radio o una grabación, el sujeto, todo oídos, se abandonaba a este placer como lo manifiesta el verbo oír. ¿Cómo iba a escuchar un ruido parásito si había decidido dedicar por completo su capacidad auditiva a la música? La alternancia escuchar / oír pone de realce el proceso mental íntimo de un ser humano en ningún momento equiparable con una máquina y siempre animado por impulsos, emociones y pensamientos. Como lo dice el verso en epígrafe escrito por Huidobro en 1931, la lengua española tal como se habla y se entiende, considera que, el ojo y el oído son preciosos regalos del cerebro.

Lauro Capdevila

Artículo publicado en Les Langues Néo-Latines, nº 382, septiembre de 2017, París. Traducido por el autor.
www.neolatines.com

 

Notas

1. El DLE y el DPD, mencionado más abajo, son herramientas imprescindibles que se pueden consultar en el sitio de la Real Academia Española: <www.rae.es>.

2. Yendo de la pasividad a la actividad los verbos españoles españoles se escalonarían de la siguiente manera según la norma académica: oír → escuchar → entender, mientras que la escala francesa sería entendre → écouter → comprendre. No deja de llamar la atención esta inestabilidad de los verbos derivados del étimo intendĕre.

3. Urraza Juan de, El síndrome de Zavala, Arandurã, Asunción de Paraguay, 2010, 1121/2506.

4. Benabib Rafael, Totalmente desamparados”, Diario de Morelos, 11/06/2011.

5. Silva Lorenzo, El alquimista impaciente, Destino, Barcelona, 2011, 610/33923.

6. Valdez Pedro Antonio, Palomos, Alfaguara, Santo Domingo, 2009, p. 38.

7. Almeida Eugenia, El colectivo, Edhasa, Buenos Aires, 2013, 1002/1064.

8. Fernán-Gómez Fernando, Las bicicletas son para el verano, Espasa-Calpe, Madrid, 1994, p. 92.

9. Lo que sí podemos dejar por sentado es que las parejas española y francesa oír/escuchar y entendre/écouter no coinciden. Cada verbo podrá traducirse de dos maneras según las circunstancias.

10. A las claras esta visión tiene que ver a la vez con el legado cristiano que separa de modo tajante cuerpo y alma, y con la perspectiva racionalista que opone radicalmente lo físico y lo mental.

11. Mendoza Mario, Satanás, Planeta, Bogotá, 2002, p. 263.